Me gustan los libros. No sólo las maravillosas historias que pueden
contener sino también su tacto, las encuadernaciones tan cuidadas que se
publican de los grandes clásicos, los diferentes tipos de lomos y tapas, el
olor de tinta y papel mezclados…
Todos los lectores tenemos esa característica superficialidad que hace que
nos acerquemos a los libros con las cubiertas más bonitas. Ni siquiera los que
no leen asiduamente se fijarán primero en un libro cuidado que en uno con una
edición sencilla y de tapa rústica. Y ese toque romántico de las ediciones
físicas es lo que le falta al libro digital.
Aun teniendo todas estas grandes ventajas, el libro en edición física tiene
un fallo: muchas veces el papel proviene de bosques sobreexplotados. Si se
controlase más la explotación de los árboles y el papel fuese reciclado, la
edición física de los libros no tendría tanto impacto en el medio ambiente. En
cambio, el libro digital no tiene ese defecto, ya que sólo utiliza el
dispositivo electrónico para poder ser leído. En dicho dispositivo, que se
suele llamar e-reader, caben miles de libros en edición digital y cuando se
tiene que viajar es mucho más cómodo que llevar cinco libros en la maleta. Pero
para mí es importante poder sentir el libro, verlo en mi estantería a medida
que pasa el tiempo. Me gusta observar la calidad de las páginas año tras año,
dejar el libro a una persona de confianza para poder compartir su historia.
Aunque personalmente prefiera los libros en edición física por las razones
expuestas anteriormente, creo que lo más importante es leer. Cualquier edición
es válida si lo que cuenta el libro merece la pena.
Marina Jaime Ariño
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